En el año y medio que llevamos de pandemia he tenido la oportunidad de conversar con padres y madres con hijos en edad escolar y liceal acerca de esta nueva modalidad de educación virtual y los efectos que esto ha generado a nivel individual y colectivo.
Los he escuchado hablar del estrés, agotamiento, apatía, desgaste emocional que esta nueva realidad ha generado. En unos casos, porque de repente padres e hijos pasaron a compartir todo el día juntos, en un mismo espacio físico; en otros porque los hijos cuyos padres siguen trabajando fuera de casa han perdido contacto con ellos teniendo que quedar bajo la supervisión de alguna otra persona.
Se han perdido los espacios personales- los físicos y los emocionales – y no hay forma de que eso no nos afecte.
Creo que prácticamente ninguno de nosotros estaba preparado para enfrentar las circunstancias que hemos tenido que enfrentar, mucho menos los niños. Francesco Tonucci, psicopedagogo y dibujante italiano intitula uno de sus libros “Con ojos de niño” y me ha gustado esa frase para poner hoy sobre la mesa esta perspectiva: la situación de los más jóvenes.
¿Cómo se sienten? ¿Qué necesitan? ¿Cómo los ayudamos? ¿Cómo les explicamos lo que está sucediendo? ¿Cómo aprovechamos estas circunstancias para algo positivo?
El centro educativo es un espacio en el que no solamente se construye el conocimiento sino también en el que se produce la socialización del individuo, en el que se despliegan las inteligencias múltiples de los alumnos, en el que se potencian los aprendizajes en la interacción con los otros.
Los niños están atravesando una situación pedagógico- didáctica que dista mucho de ofrecer lo que ellos están necesitando para su desarrollo. Al mismo tiempo los vínculos entre padres e hijos se están viendo empañados cuando los padres ofician de supervisores de las tareas escolares mientras van lidiando con su propia emocionalidad al ejercer este rol.
Propongo entonces a los adultos un cambio de rumbo: sustituir la preocupación acerca de cuánto contenido están recibiendo sus hijos por la búsqueda de estrategias que, de alguna manera, promuevan el equilibrio que se ha perdido en todo lo relativo a emocionalidad y socialización. Trabajemos con ellos en lo que respecta a hábitos sin la presión de qué conocimientos deberían ya tener adquiridos o no.
Evidentemente no estoy diciendo que instrumentemos un “laissez faire” bajo el cual los más jóvenes se descansen y abandonen el hábito del estudio sino que procuremos hacer que les resulte lo más disfrutable posible, lo menos tedioso posible y sobre todo que los ayudemos a comprender la impermanencia de las cosas. Esta situación que estamos atravesando es temporal, los contenidos que no aprendan ahora ya podrán incorporarlos más tarde o más temprano. Aprovechemos para enseñarles otro tipo de habilidades como es la resiliencia, la tolerancia a la frustración, la paciencia, la aceptación, el cuidado de los vínculos.
Sin motivación no hay aprendizaje. Pongámonos en el lugar de los chicos para tomar conciencia de cuánto menos motivados pueden estar en estos tiempos de videoconferencias, en el que se les ha quitado gran parte de lo que les entusiasma en los centros educativos.
La tecnología hace rato que ha usurpado la conexión emocional entre grandes y chicos (y entre adultos también). Y en este momento es la única vía por la cual los niños pueden mantener algo parecido a sus rutinas escolares. Entonces ¿cómo logramos articular esta paradoja? ¿Cómo armonizamos la relación con los dispositivos electrónicos?
Algunos tips:
- Generar espacios de intercambio a nivel familiar donde se fomente el diálogo: hagamos preguntas interesantes a los niños y adolescentes para que se abran a contar lo que les pasa, incluso si eso que les pasa implica hablar de la relación con sus padres
- Contar historias: las mejores lecciones de vida se brindan a través de historias que lleven a la reflexión. Dediquemos tiempos a sentarnos para contar historias e incluyamos alguna historia personal que humanice la imagen de ese adulto de referencia que los chicos tienen delante
- Hablar de las emociones: validemos las emociones de niños y jóvenes, enseñemos a identificar y nombrar lo que estamos sintiendo y a comprender que lo que sentimos proviene de lo que pensamos. Compartamos con ellos también nuestro sentir.
- Organizar las rutinas de modo que haya orden en la vida de los hijos: un tiempo y espacio ordenado ayuda a tener una mente ordenada.
- Pedir ayuda a algún experto cuando sus hijos no puedan resolver una tarea. Es mucho más efectivo y menos desgastante. Hay grupos de docentes en las redes sociales que colaboramos para resolver las dudas de los alumnos.
- Como todo en la vida, esta situación también tiene dos caras. Podemos enfocarnos en la escasez de lo que nos está faltando o agradecer por las posibilidades que nos está brindando.
Les dejo dos de mis preguntas preferidas para sumar a su autoconocimiento en esta difícil tarea de ser padres en tiempos de virtualidad.
¿Qué aprendo de mí? Y ¿de qué me doy cuenta?
Magíster en Educación Carolina Aita
Docente / Coach personal y organizacional de Eme Uno